sábado, 9 de mayo de 2009

¿Qué es adorar?


Un certero comentario a la entrada anterior del blog me ha hecho reflexionar sobre la necesidad de dar una definición clara a la acción de adorar. Gracias Amador. Entre lo hermanos evangélicos y nosotros los católicos y ortodoxos existe una interminable controversia sobre este tema, lo que denota que aunque utilizamos la misma palabra, pensamos en diferentes cosas.

Podríamos hacer una revisión integral de las palabras hebreas y griegas que terminaron por traducirse por adorar en nuestra versión latina de la Biblia. Por si alguien desea tener esta información le recomiendo el texto: "El significado de la palabra adorar": Pulsa


Personalmente creo que es más constructivo revisar diferentes textos de las Sagradas Escrituras y reflexionar sobre ellos.

Partiendo de los textos del antiguo testamento se puede entender que en los tiempos antiguos la adoración presuponía una cierta actitud corporal. Adoraba quien realizaba genuflexiones, se ponía de rodillas, se agachaba hasta colocar la cabeza en el suelo, etc. En este pasaje del Éxodo podemos claramente esta actitud en Moisés:

"Entonces Moisés dijo: Por favor, muéstrame tu gloria... Jehová paso frente a Moisés y proclamo: ¡Jehová, Jehová, Dios compasivo y clemente, lento para la ira y grande en misericordia y verdad, que conserva su misericordia por mil generaciones, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado; pero que de ninguna manera dará por inocente al culpable; que castiga la maldad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, sobre la tercera y sobre la cuarta generación! Entonces Moisés apresurándose, bajo la cabeza hacia el suelo y adoro" (Ex. 33:18; 34:6-8).

Para Moisés adorar se ajustaba a una actitud corporal que mostraba su actitud interna. Pero ¿Qué actitud interna tenía Moisés?

Mircea Eliade hace una perfecta descripción del sentimiento que tiene el ser humano ante al Divinidad ya que ante nosotros se presenta como la majestad suprema (magestas) [1]. En ese sentimiento de majestad se esconde también el “mysterium tremens” de aquello que es otra cosa, que nos supera nos impresiona y desborda en toda nuestra naturaleza, tal como Rudolf Otto [2] tan certeramente indica. La combinación de majestad y misterio tremendo y fascinante, da lugar al miedo, al temor reverencial que nos hace taparnos el rostro, cerrar los ojos, arrodillarnos o caer a tierra en signo de total sumisión.

De nuevo Moisés nos sirve de ejemplo de esta actitud:

“Cuando el Señor vio que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza:
— ¡Moisés, Moisés!
— Aquí me tienes —respondió.
— No te acerques más — le dijo Dios —. Quítate las sandalias, porque estás pisando tierra santa. Yo soy el Dios de tu padre. Soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Al oír esto, Moisés se cubrió el rostro, pues tuvo miedo de mirar a Dios.”
(Ex 3, 4-6)


Adorar desde el temor reverente nos lleva a explicitar claramente nuestra actitud de manera corporal. El terror incontenible nos rompe física y mentalmente, lo que explica que caigamos de rodillas y solo podamos pedir clemencia. Pero la adoración no es lo mismo que sumisión, que caer de rodillas o bajar la cabeza hasta el suelo. Si me arrodillo para orar junto a la cama… evidentemente no estoy adorando a la cama. En los tiempos de Jesús ya eran normales comportamientos cínicos que reproducían físicamente el patrón de la adoración por temor reverente, únicamente para mostrarse como seres piadosos y ser considerados, por los que los vieren, como personas dignas de santidad.

Por eso en el nuevo testamento Jesús nos presenta de una nueva manera de entender la adoración a Dios donde las expresiones físicas pasan a segundo plano. Podemos recordar el pasaje de la Samaritana:

Jesús le respondió: "Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad". (Jn 4,21-24)

Ahora la adoración deja de presentarse de manera corporal para adecuarse a un nuevo paradigma, más auténtico y profundo. El temor no es el sentimiento que aparece al contemplar de cerca de Dios. Frente a Jesús las personas no demuestran el temor reverencial que hasta entonces se asimilaba a la adoración. Ahora aparece el amor y la misericordia como motivos principales de admiración hacia Dios. Jesús se acerca a la Samaritana y esta le interpela desde la confianza y la cercanía. Habla de Dios como algo diferente a una potencia inconmensurable. Jesús nos dice que nuestra actitud deberá pasar de ser corporal a ser espiritual de forma inminente, al desaparecer el Templo de Jerusalén.
El sentimiento de temor reverencial, producido por la inmensa e insondable majestad, se transforma en inmenso amor y misericordia, tal como Jesús muestra. El misterio de Dios concebido como poder, en el tiempo de Moisés, se transforma en un nuevo misterio revelado tal como es revelado por Cristo. Ambos misterios son igual de tremendos, majestuosos. Revelan igualmente el inabarcable poder de Dios. Ambos revelan al mismo Dios, pero el primero lo hace por medio de la cultura y la concepción de Dios de su tiempo y el segundo directamente por gracia de la Palabra Divina. De la transformación de la revelación de Dios a nosotros proviene la diferencia del icono que podemos crear para entender la revelación.

Del icono de Dios destructor de los enemigos, sediento de sangre de quien le desobedece se pasa a un icono repleto de bondad y misericordia. Dios es el mismo pero el vehículo de al revelación es diferente.

Hay otro pasaje interesante en el Nuevo Testamento, esta vez tomado del relato de las tentaciones de Jesús:

El demonio lo llevó luego a una montaña muy alta; desde allí le hizo ver todos los reinos del mundo con todo su esplendor, y le dijo: "Te daré todo esto, si te postras para adorarme". Jesús le respondió: "Retírate, Satanás, porque está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto". (Mt. 4, 8-10)

El diablo quiere regalar el mundo a Jesús con la sola condición de que le adore y se postre ante el. Jesús dice que solo se debe adorar a Dios y solo a El hay que dar culto. Rechaza al diablo y a su mundo.

Jesús no reconoce al diablo como objeto de adoración. No puede adorarlo ya que no es Dios. Dios une, el diablo separa. El mundo como lugar lleno de roturas, divergencias y disputas es el reino del diablo y como tal se lo ofrece a Jesús. Jesús, que vino a recrear el Reino de Dios en al tierra, sabe que lo que se le ofrece no es unidad, sintonía y concordia entre lo Dios y los hombres, y entre los seres humanos. No puede aceptar el ofrecimiento ya que lo que se le ofrece es una inmensa mentira.

Adorar es primeramente reconocer quien es Dios y colocarlo en el centro de lo que somos. No es necesario postrarse para adorar. El solo reconocimiento de qué simboliza Dios y qué es su imagen, representa la mejor y más indiscutible adoración. Es cierto que tras el reconocimiento puede venir la sumisión, correspondiente a postrarse ante Dios. Pero esta sumisión no es algo pasivo, precisamente es todo lo contrario. Es una actitud activa frente al desorden y rotura. Una actitud de cura y unión de lo fragmentado.

Podemos traer otro texto más del Nuevo testamento.

En aquel tiempo, uno de los letrados se acercó a Jesús y le preguntó: ¿Cuál es el primero de todos los mandamientos? Jesús le contestó: El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos. Le dijo el escriba: Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que Él es único y que no hay otro fuera de Él, y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios. Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: No estás lejos del Reino de Dios. Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas. (Mc. 12,28-34)

En este caso Jesús vuelve a hacer prevalecer lo espiritual sobre las actitudes y ritos. Los ritos y por lo tanto la liturgia, parten de una actitud, un conocimiento y un reconocimiento previo. Sin esa actitud vital, conocimiento y reconocimiento de lo que se representa, todo lo que hacemos estará hueco y sin sentido. En el fondo lo que haríamos sería adorar al diablo por medio de la aceptación de la apariencia desprovista de fondo y profundidad. Adoraríamos al sinsentido que nos separa y nos rompe. Quizás ganaríamos aparentemente el mundo, pero nos perderíamos a nosotros mismos.

Adorar es amar a Dios sobre todas las cosas y además amar al prójimo a uno mismo. Las posturas corporales solo tienen sentido tras el amor entregado a Dios y a nuestro hermanos.

Tal como dijimos en una entrada anterior amar a Dios es conocer y comprender a Dios por medio de la revelación. Adorar es aceptar que Dios existe y luchar por entender su revelación e incluso pedir humildemente llegar ser nosotros mismos revelación de lo Eterno.



[1] Lo sagrado y lo profano, (1998) Eliade, Mircea. Editorial Kairos
[2] Lo santo. Lo racional y lo irracional en la idea de Dios, (1980) Otto, Rudolf. Editorial Alianza.

2 comentarios:

Maricruz dijo...

Miserere querido, majestuoso!

No se si te pasa como a mi, cuando se mira en un contexto general la Sagrada Escritura, se encuentra en ella manifestado un proceso de conversión, proceso que a nivel individual cada uno seguimos.

Permíteme explicarme: el Antiguo Testamento, en muchos aspectos, vendría a ser la infancia y juventud en la fe, el Nuevo Testamento, la vida adulta y lo que implica: constante enfrentamiento entre lo interno y externo hasta que lo interno consiga brillar con su propio resplandor en ti como en una lámpara.

Así lo veo yo, por eso es para mi tan importante no descuidar ningún aspecto de la vida de fe.

Cuidado en la oración, en la vida sacramental, cuidado en los valores y virtudes, buena administración y gratitud por los dones recibidos, testimonio fiel, coherencia entre el ser y el hacer, amor por la Palabra de Dios, por su Iglesia... es decir, todo lo interno al servicio de lo externo. Todo lo interno que refleja en lo externo tu actitud de adoración.

Creo que así y solo así, no habría necesidad de postrarse para adorar, pero qué caray, yo además me postro porque no encuentro otra forma privada de ofrecerme en veneración y gratitud.

Como te dije: Excelente tu razonamiento, inspirador y reconfortante. Gracias.

Miserere mei Domine dijo...

Gracias por el comentario Totus :)

Postrarse, ponerse de rodillas o bajar debería ser consecuencia de reconocer a Dios y amarlo. Pero estas mismas actitudes corporales no son en si mismas adoración.

Las actitudes corporales son puentes que nos permiten darnos a nosotros mismos refrendo del reconcimiento de lo que trasciende lo físico.

Un abrazo ;)

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