jueves, 14 de octubre de 2010

Integrismos y fundamentalismos (II)

Permítanme retomar el tema de la semana pasada para hilvanar algunos flecos. Viene al caso del modelo de Iglesia como Cuerpo Místico de Cristo (1 Cor. 10, 17; 12, 12-27; Ef. 1, 13; 2, 16; 3, 6; 4, 4 y 12-16; Col. 1, 18 y 24; 2, 19; 3, 15). La Iglesia es un cuerpo único donde el enfrentamiento de unos miembros con otros es incomprensible.  ¿Por qué nos enfrentamos entonces?

Primeramente debido a que cada persona tiene entendimientos y sensibilidades diferenciadas que le permiten convivir empáticamente con aquellos son como ellos. Estas sensibilidades y entendimientos son parte de nuestra misma naturaleza. También es cierto que estas sensibilidad pueden hacernos que no nos sintamos parte de un solo cuerpo. Las manos quisieran vivir en un cuerpo en forma de mano, al igual que los pies o el estómago. Es evidente que el hígado no puede comprender cómo las cejas son y actúan, pero debe  confiar en que este funcionamiento es el que la naturaleza del propio cuerpo ha determinado. También encontramos la soberbia que nos atenaza y nos impide acercarnos unos a otros. Y al maligno que está siempre dispuesto a desunirnos, interna y externamente.

Pero, más allá de las sensibilidades y entendimientos, debería haber algo que nos una y nos de sentido como cuerpo unido. Claro que existe, es la Fe. Fe que profesamos domingo a domingo en el Credo. ¿Le damos suficiente importancia a lo que atestiguamos en esta profesión? Quizás se vuelve salmodia repetitiva que entonamos sin ser conscientes de ello. ¿Formamos parte de la misma Iglesia, cuando profesamos algo y pensamos lo contrario? Evidentemente no podemos formar parte de la misma Iglesia si creemos de forma diferente, ya que el sentido de la comunidad sería incompatible.

Vamos a ver ¿Esta afirmación que he realizado es una condena? No, es un simple juicio que parte de razones y se defiende con evidencias palpables. ¿Juzgar de esta forma significa echar a alguien fuera de la Iglesia? No, significa hacer evidente que no podemos orar a dioses diferentes utilizando formas diferentes. Si actuamos utilizando premisas diferentes y objetivos diferentes, se hace complicado o imposible, actuar unidos.

Esto se evidencia cuando grupos de católicos actúan contra su obispo o contra su párroco o contra el mismo Papa. Cuando grupos diferentes se enfrentan entre si o cuando religiosos, sacerdotes u obispos se enfrentan unos con otros. Evidenciamos que no somos una verdadera comunidad de creyentes, lo que no es una condena, es una evidencia.

Ante esta evidencia, podemos actuar de tres formas:

a) Intentando dominar o imponer el criterio de cada cual. Un criterio ganará y otro perderá en función de qué parte tenga más poder de acción. Esto no es cristiano. Llegar a ganar o a dejarse perder, es buscar la ruptura interna y la destrucción de la comunidad. Quizás esta actitud se fundamente en la esperanza de, tras la destrucción, se reedifique la comunidad según nuestro gusto. Destruir lo común para construir la particular es una pésima estrategia. La destrucción es el principal arma del enemigo para imponerse a todos.

b) Aceptando la evidencia y aceptando que no es posible convivir en comunidad. En este caso, lo natural sería crear comunidades diferenciadas y entablar un diálogo positivo y fraterno que nos permita volver a reunirnos lo antes posible. 

c) Orando a Dios para que nos ilumine y nos permita ser una sola Iglesia por encima de nuestros entendimientos. Esto conlleva capacidad de aceptar y humildad para convivir, sin echarse los trastos a la cabeza. En esta opción, se busca llegar a un acuerdo sin que ningún entendimiento termine desplazando a los demás. Igual que Dios es Unidad más allá de su manifestación trinitaria, las diferentes sensibilidades pueden aprender unas de otras y ganar aquello que a cada cual le parece secundario.

Juzgando con mi doblada e imperfecta vara de medir, creo que la tercera opción es la mejor, pero también sé que es la más difícil y la que requiere de cada uno de nosotros más auto-negación y humildad. Dejar atrás "mi realidad" para conseguir la Verdad que nos una sin que las realidades personales pierdan lo más mínimo. Esto a veces no es posible, ya que no somos incapaces de dejar nuestras realidades a un lado.

¿Qué hacer cuando las posturas son tan diferentes como igualmente razonables? ¿Qué hacer con aquellos que se creen poseedores de la Verdad y nos obligan a dejar nuestro entendimiento para imponernos el suyo? Solo queda aceptar la segunda opción y esperar que el tiempo y Dios mismo, nos ayude a acercarnos y re-unirnos. Mejor entendernos como hermanos separados, que rechazarnos como enemigos unidos.

Lo que tengo claro es que la primera opción es la más nefasta y la que hace el juego al enemigo. Entrar al juego de vencedores y vencidos, es perder todos.

--oOo--

Señor, ven buscarnos cuando dejemos el redil
 para vivir nuestra propia vida.
Ayúdanos a que nos dejemos guiar e
impide que nos separemos de ti.
Sabemos que nuestra soberbia es inmensa
y que somos demasiado ricos de nosotros mismos
para seguirte sin condiciones.
Pero, Señor, una sola palabra tuya bastará para sanarnos.
Amén

4 comentarios:

Mitte dijo...

Te agradezco en especial y mucho las dos últimas entradas, Miserere.

Tenía el impulso de escribir algo precisamente sobre esto, y callaba y esperaba porque no acababa de encontrarme el corazón necesario para hacerlo.

Tú sí que lo estás teniendo :-)

Un abrazo grande.

Miserere mei Domine dijo...

Gracias Mitte. Da cierta tristeza ser espectador de tantos desecuentros y porfías entre personas que deberían de considerarse hermanas y copartícipes de la misión evangelizadora.

Pero detrás de la tristeza aparece una inmensa esperanza. La Iglesia sobrevive por encima de nuestras mezquindades y egoísmos... y eso solo puede deberse a que el Ella acampa el Espíritu

Un abrazo :)

José Antonio Vázquez dijo...

Querido Miserere:

Me aprece muy buena tu propuesta de una iglesia una y plural en la que las diversas sensibilidades puedan convivir, está en línea plena con el espíritu del Vaticano II y con la experiencia de un Dios Trino y Uno.

bendiciones.

Miserere mei Domine dijo...

Lo triste, José Antonio, es cómo se utiliza los Concilios para imponernos unos a otros, sensibilidades eclesiales particulares.

Bastantes de las fricciones que se dan dentro de la Iglesia provienen de no poder vivir la Fe como uno la siente.

Y ... si uno no vive en una comunidad con una sensibilidad similar a la propia... es complicado sentirse Iglesia y saltan las chispas.

Un saludo fraterno.

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