domingo, 17 de julio de 2011

La Fe de Jonás

Dios ha mostrado su paciencia ante la debilidad del hombre porque veía de antemano la victoria que le concedería un día, gracias al Verbo. Porque, cuando “el poder se manifiesta en la debilidad” (cf 2Cor 12,9) el Verbo manifiesta la bondad de Dios y su magnífico poder.

En efecto, al hombre le pasó lo que al profeta Jonás. Dios permitió que éste fuera tragado por un monstruo marino, no para desaparecer y perecer del todo, sino para que, después de haber sido devuelto por el monstruo, fuera más dócil a Dios y glorificara a aquel que le dio inesperadamente la salvación. También lo hizo para conducir a los ninivitas a un arrepentimiento sincero y convertirlos a Aquel que los libraría de la muerte, gracias al prodigio que vieron cumplirse en Jonás... De la misma manera, desde el principio, Dios permitió que el hombre fuera tragado por el gran monstruo, autor de la desobediencia, no para hacerlo desaparecer y perecer del todo, sino porque Dios había preparado de antemano la salvación realizado por su Verbo por medio del signo de Jonás. Esta salvación fue preparada para aquellos que tenían para con Dios los mismos sentimientos que Jonás y que los confesarían en los mismos términos: “Soy hebreo y adoro al Señor del cielo el que ha hecho el mar y la tierra.” (Jon 1,9).

Dios quiso que el hombre, recibiendo de él la salvación inesperadamente, resucite de entre los muertos y glorifique a Dios diciendo con Jonás: “Grité al Señor en mi angustia, y él me respondió; desde el vientre del abismo pedí auxilio, y escuchaste mi voz.” (Jon 2,2) Dios ha querido que el hombre siga siempre fiel en su alabanza y acción de gracias por la salvación obtenida. (S. Ireneo de Lyón. Contra los herejes III, 20,1)

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Volvemos al tema de la Fe y el evangelio de hoy domingo es especialmente adecuado.

¿Cuánta fe tuvo que tener Jonás para no desesperar en la oscuridad del cetáceo durante tres días? ¿Cuánta fe debemos tener nosotros en el trascurso de nuestra vida? Mucha, sin duda. Fe-confianza, que nos lleva a la Esperanza.

Sé de buena boca que alguno pensará que tanta confianza ciega no puede llevar a nada bueno. Cierto. La confianza ciega es un peligro. Necesitamos una confianza luminosa o no encontraremos sentido a nada de lo que nos ocurre. ¿Dónde encontrar la Luz necesaria?

Y el juicio está en que vino la Luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. (Jn 3, 19)

¿Preferimos la oscuridad de la ignorancia auto-asumida a la Luz? Sí. Es lo más frecuente. Esconderse en la oscuridad resulta más sencillo que buscar sentido por medio de la Luz.

Pero en los dos versículos previos,  al que he indicado antes, hay algo interesante:

Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios. (Jn 3, 17-18)

¿Dónde podemos ir sin la confianza en Dios? Solamente a la desesperación. Terminamos por aceptarnos como chispas entre dos nadas. Pensando ahora en la frase Sartre, me doy cuenta que no respeta el principio de conservación de la energía. Interesante.

Pero ¿De qué tenemos que salvarnos? A corto plazo, de vivir sin un sentido que nos llene. Después la muerte, aunque sólo Dios conoce lo que encontraremos, tenemos la confianza en que la Luz nos guiará donde debemos ir. Decía San Ireneo:

Esta salvación fue preparada para aquellos que tenían para con Dios los mismos sentimientos que Jonás y que los confesarían en los mismos términos: “Soy hebreo y adoro al Señor del cielo el que ha hecho el mar y la tierra.” (Jon 1,9).

Es mejor encender na Luz que maldecir la oscuridad... dice una sabia frase oriental.

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