sábado, 17 de septiembre de 2011

¿Dios mio, por qué me has abandonado?

Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?
¿Por qué estás lejos
de mi clamor y mis gemidos?
Te invoco de día, y no respondes,
de noche, y no encuentro descanso;
y sin embargo, tú eres el Santo,
que reinas entre las alabanzas de Israel.
En ti confiaron nuestros padres:
confiaron, y tú los libraste;
clamaron a ti y fueron salvados,
confiaron en ti y no quedaron defraudados.
(Salmo 22)

En la catequesis de la Audiencia del 14 de septiembre,  Benedicto XVI ha desarrollado el tema de sufrimiento y la aparente lejanía de Dios, basando su explicación en Salmo Nº 22.

Nos dice el Santo Padre: “El grito inicial del salmista,-‘Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado-, es una llamada a un Dios que parece lejano, que no responde. Dios calla, y este silencio lacera el ánimo del orante, que llama incesantemente sin encontrar respuesta. Sin embargo, el orante “llama al Señor ‘Dios mío’, en un acto extremo de confianza y de fe.

… bajo el peso aplastante de una misión que debe pasar por la humillación y el aniquilamiento. (…) Por eso grita al Padre (…) Pero el suyo no es un grito desesperado, como no lo era el del salmista”, cuya súplica desemboca en la confianza en la victoria divina.


Personalmente, este salmo me transporta al momento final del sacrificio en la Cruz. Cuando Cristo eleva sus ojos al cielo y grita, al igual que el salmista, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

La vida de todo cristiano conlleva momentos de claridad y de oscuridad. Momentos en que sentimos que todo va bien y momentos en que todo parece ir en contra de nosotros. Benedicto XVI nos ofrece un clave realmente interesante para entender y entendernos en estos momentos: el grito no parte de la desesperación, sino de la confianza en que Dios nos oye. Pero ¿Para qué queremos que nos oiga si no nos arregla los problemas? O mejor dicho, ¿Qué valor tiene para nosotros una herramienta que no funciona?

Leamos esta breve reflexión atribuida a San Efrén de Siria:

Desde ahora, por la cruz, las sombras se han disipado y la verdad se levanta, tal como nos lo dice el Apóstol Juan: El mundo viejo ha pasado porque mira que hago un mundo nuevo. La muerte ha sido despojada, el infierno ha liberado a sus cautivos, el hombre ha quedado libre, el Señor reina, la creación se ha llenado de gozo. La cruz triunfa y todas las naciones, tribus, lenguas y pueblos vienen para adorarla. La cruz devuelve la luz al universo entero, aleja las tinieblas y reúne a las naciones de Occidente a Oriente en una sola Iglesia, una sola fe, un solo bautismo en la caridad. Fijada sobre el Calvario, se levanta en el centro del mundo.” (Anónimo atribuido a San Efrén de Siria)

La respuesta de Dios no tiene porque hacer desaparecer lo que nos hace sufrir. Si el plan de Dios fuese impedir nuestro sufrimiento, no hubiera dejado morir a Cristo en la Cruz. Lo que nos ofrece Dios es el consuelo de saber que todo tiene sentido que nuestros sufrimientos dan frutos tarde o temprano. Después de la Cruz, la Verdad se levanta, dice el escrito atribuido a San Efrén. El Santo Padre concluyó la catequesis señalando:

Queridos hermanos y hermanas, este Salmo nos ha llevado sobre el Gólgota, a los pies de la cruz de Jesús, para revivir su pasión y compartir la alegría fecunda de la resurrección. Dejémonos invadir, pues, por la luz del misterio pascual también en la aparente ausencia de Dios, en el silencio de Dios y, como los discípulos de Emaus, aprendamos a discernir la verdadera realidad más allá de las apariencias, reconociendo el camino de la exaltación precisamente en la humillación, y la plena manifestación de la vida en la muerte, en la cruz. De esta manera, colocando toda nuestra confianza y nuestra esperanza en Dios Padre, en cualquier angustia podremos rezarle también nosotros con fe y nuestro grito de ayuda se transformará en canto de alabanza.

Tal como se dice en el escrito atribuido a San Efrén, “La cruz devuelve la luz al universo entero, aleja las tinieblas y reúne a las naciones de Occidente a Oriente en una sola Iglesia, una sola fe, un solo bautismo en la caridad.

Cabría preguntarse si no sufriéramos ¿seríamos humanos? Sin limitaciones ¿Entenderíamos qué sentido tiene lo infinito? Sin conocer nuestra incapacidad de vivir aislados de los demás ¿Daríamos sentido a la comunidad? Quiera Dios que la Cruz que vivimos, sentimos y sufrimos nos reúna en una sola Iglesia, Fe y bautismo.

4 comentarios:

Marian dijo...

Toda cruz tiene sentido, si no Cristo no hubiese muerto en una cruz.
Es un gran Misterio... ella nos purifica, nos acerca más a Dios,
y colaboramos en la redención del mundo.
Pidamos a Dios fortaleza para saber que es el mejor regalo que Dios puede hacernos.
¡Muchas gracias Miserere!
Dios le bendiga. Unidos en oración.

Miserere mei Domine dijo...

Tiene toda la razón MArián. LA cruz es sentido y objetivo, aunque a veces nos parezca complicado de entender o nos parezca que nada tiene que ver con el día a día que nos toca vivir. Un abrazo en el Señor :)

Anónimo dijo...

Buenos días Miserere mei Domine."discernir la verdadera realidad más allá de las apariencias" es buscar su rostro en el abandono y sin clara luz como en la pasión, por eso la cruz sigue siendo el lugar desde donde mejor se ve todo y acompañamos a toda la Iglesia en su travesía.Más que entender la cruz tengo que estar en ella.Un abrazo.

Miserere mei Domine dijo...

Entender la cruz es estar más cerca de su centralidad, de igual manera de que sentirla y trabajar a través suya. Las tres dimensiones del ser humano, intelecto, emotividad y voluntad deben estar centradas y centradas en la cruz.

Gracias por el comentario :)

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