martes, 4 de octubre de 2011

Alabarán al Señor los que lo buscan

Cumpliré mis votos delante de sus fieles.
Los desvalidos comerán hasta saciarse,
alabarán el Señor los que lo buscan:
viva su corazón por siempre.
Lo recordarán y volverán al Señor
hasta los confines de la tierra;
en su presencia se postrarán
las familias de los pueblos.
Ante él se postrarán las cenizas de la tumba,
ante él se inclinarán los que bajan al polvo.
Me hará vivir para él, mi descendencia le servirá,
hablarán del Señor a la generación futura,
contarán su justicia al pueblo que ha de nacer:
todo lo que hizo el Señor. (Salmo 21)


«Alabarán al Señor los que lo buscan» (Salmo 21,27). Los que lo busquen lo encontrarán, los que lo encuentren lo alabarán. ¡Que te busque, pues, Señor, invocándote, y que te invoque, creyendo en ti! Porque tú te nos has revelado por la predicación. Te invoca, Señor, esta fe que me has dado, esta fe que me has inspirado a través de la humanidad de tu Hijo por el ministerio de tu predicador. Y ¿cómo invocaré yo a mi Dios, mi Dios y mi Señor? Cuando le invocaré, le llamaré para que venga a mí. Pero ¿es que hay en mí un lugar donde mi Dios pueda venir, ese Dios que ha hecho el cielo y la tierra» (Gn 1,1)? Así, pues, mi Dios y Señor, ¿es que hay en mí alguna cosa que pueda contenerte? ¿Es que el cielo y la tierra que tú has creado, y en los cuales me has creado a mí, te pueden contener?... Puesto que yo mismo existo ¿puedo pedirte que vengas a mí, a mí que no existiría si tú no existieras en mí?...

¿Quién me concederá poder descansar en ti? ¿Quién me concederá que vengas a mi corazón, que lo embriagues para que yo olvide mis males y pueda estrecharte, a ti mi único bien? ¿Quién eres tú para mí? Ten compasión de mí para que pueda hablar. ¿Quién soy a tus ojos para que me mandes amarte?... En tu misericordia, Señor Dios mío, dime lo que tú eres para mí. «Di a mi alma: Tú eres mi salvación» (Sl 34,3). Díselo; que yo lo oiga. Mira que el oído de mi corazón está a la escucha, delante de ti, Señor, haz que te oiga, y «di a mi alma: Yo soy tu salvación». Correré hacia esta palabra y al fin te agarraré. (San Agustín, Confesiones, I, 1-5)

-oOo-

Salmo y comentario de San Agustín, se unen como una plegaria que es, al mismo tiempo, alabanza y súplica. Los textos son una llamada a Dios que espera y sabe que será colmada.

¡Que te busque, pues, Señor, invocándote, y que te invoque, creyendo en ti!

La sociedad actual no busca a Dios, ya que quiere creer que no lo necesita. Quien no busca no encuentra, pero a algunos de los que buscan, Dios da la gracia de la Fe.

Los que hemos nacido católicos y hemos sigo bautizados por nuestros padres no tenemos una conciencia clara del gran don que Dios nos ha regalado. Nos ha tendido la mano desde que nacimos y está a la espera que nosotros la busquemos y la estrechemos. ¿A qué esperamos? ¿La responsabilidad es grande? Cierto, pero los dones que recibiremos nos ayudarán a llevar la cruz.

A muchos de nosotros nos llega a parecer insustancial conocer a Dios, ya que Dios no se nos ofrece como herramienta o sirviente de nuestros deseos. Dios hace otra cosa. El nos ofrece actuar en nosotros para que seamos herramientas suyas. Menuda contradicción para el ser humano actual. Pero también lo era en tiempos de Cristo “Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt 16,25) No hemos avanzado mucho desde entonces.

Decía Benedicto en el discurso que ofreció en Friburgo hace unos días: “Los agnósticos que no encuentran paz por la cuestión de Dios y las personas que sufren a causa de nuestros pecados y tienen deseo de un corazón puro, están más cercanos al Reino de Dios que los fieles rutinarios, que ya solamente ven en la Iglesia el boato, sin que su corazón quede tocado por la fe

¿Somos católicos rutinarios? ¿Damos más importancia a las apariencias que a lo sustancial? El corazón, es decir nuestra centralidad, debe ser Cristo y eso sólo podemos conseguirlo si lo deseamos y Dios nos lo concede.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Buenas tardes Miserere mei Domine, no sólo somos rutinarios sino que manifestamos con violencia cualquier posibilidad de cambio y vemos con muy malos ojos a los conversos que vienen encendidos en el fuego del Espíritu Santo calentándolo todo y moviendo a compunción. El frío es fácil de llevar cubriéndonos de ritos y rutinas muy piadosas. La tibieza del corazón es repugnante.Un abrazo.

Miserere mei Domine dijo...

El problema es que no nos apetece cambiar dentro de nosotros y nos escudamos en rutinas que nos hacen la vida más sencilla.

Quiera Dios y nosotros también, transformarnos.

Gracias por pasarse por este rinconcito virtual NIP :)

El Estudiante dijo...

Sin duda ninguna, nuestra centralidad debe ser Cristo.

Que el Señor suscite en nosotros el deseo de su Gracia y nos dé la fuerza para aceptar su Palabra.

un abrazo

El Estudiante dijo...

Hoy he leído en San Agustín, sermón 335, una profundas palabras:

"cuando no atribuyes nada a tus fuerzas y te entregas totalmente a Dios,

"es Dios quien obra por ti el querer y el obrar según tu buena voluntad (Flp 2,13). Por eso dijo: Si mortificáis las obras de la carne con el Espíritu, viviréis (Rom 8,13).

"Nada se atribuya aquí la fragilidad humana, nada ponga en la cuenta de sus esfuerzos y de sus fuerzas, porque, si se lo atribuye a si misma, abre las puertas a la soberbia, y la soberbia a la ruina.

"Quien, en cambio, asigna a Dios todo su progreso, hace sitio al Espíritu Santo. Por eso dice el Apóstol: Quienes se dejan guiar por el Espíritu de Dios son hijos de Dios (Rom 8,14). Por tanto, si somos hijos de Dios, el Espíritu de Dios nos guía y el Espíritu de Dios actúa en nosotros.

"Cuanto hagamos de malo es de nuestra cosecha.

"Cuanto hagamos de bueno es obra de Dios, quien obra en nosotros el querer y el obrar según nuestra buena voluntad (Flp 2,13)."

Miserere mei Domine dijo...

Un abrazo en el Señor estimado Alonso :)

El Estudiante dijo...

"eso sólo podemos conseguirlo si lo deseamos y Dios nos lo concede."

No te quepa duda, es el Señor quien nos infunde ese deseo!

Nosotros, por nosotros, no lo deseamos :( Por el pecado.

Pero el Señor en su misericordia nos infude ese deseo, por los méritos de Cristo.

Y si no rechazamos esa gracia y ese don, el deseo de perfección nos abrirá a un camino de vida verdadera.

¿Qué pasa con los que no desean a Dios? Que si acuden a los sacramentos, el Señor avivará en ellos ese deseo.


Oremos por ello.
un abrazo

Miserere mei Domine dijo...

Gracias de nuevo Alonso :)

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