domingo, 12 de enero de 2014

Y el Señor le tocó diciendo: quiero. San Ambrosio

Ayer sábado 11 de enero, se leía en el evangelio (Lc 5,12-16) el episodio de la curación de un leproso por parte de Cristo. San Ambrosio de Milán nos muestra la riqueza del episodio.

El acto de arrodillarse delante del Señor da a entender su humildad y su pudor, con el fin de que cada uno se avergüence de los pecados de su vida; pero la vergüenza no detuvo su confesión, sino que mostró su herida y pidió la curación, diciendo: "Señor, si quieres puedes limpiarme". No dudó de la bondad del Señor porque desconociese su gran caridad, sino que, siendo consciente de su propia iniquidad, no presumió, pues rica es de religión y de fe la confesión, que se entrega a la voluntad de Dios. Lo cura en la forma que había pedido; y prosigue: "Y el Señor, extendiendo la mano, le tocó, diciendo: Quiero", etc. La ley prohibía tocar a los leprosos; pero como el Señor era el autor de la ley, no estaba sujeto a ella. No lo tocó precisamente porque no pudiese curarlo sin tocarlo, sino para demostrar que no estaba obligado a la ley ni temía contagiarse como los hombres. No podía contaminarse quien curaba a los demás. Antes al contrario, la lepra, que ordinariamente mancha al que la toca, desapareció al contacto del Señor. (San Ambrosio de Milán. in Lucam lib. 5)

Este leproso nos representa a todos nosotros y nos señala cómo acercarnos al Señor. ¿Quién no lleva consigo algún tipo de lepra espiritual o física? Todos tenemos nuestros ojos repletos de vigas que nos impiden ver y entender a quienes nos rodean. Todos llevamos los hombros cargados con nuestras derrotas y desesperaciones. Todos tenemos problemas para aceptar que sólo el Señor es capaz de sanar estas lepras y devolvernos la salud del cuerpo y del alma. ¿Cuánto nos cuesta arrodillarnos y suplicar, con el corazón, la sanación que sólo puede venir de Dios?

"Señor, si quieres puedes limpiarme" y si es voluntad de Dios, seremos sanados. Esta brevísima petición me recuerda a la oración del corazón: “Señor, Hijo de Dios, ten misericordia de mi, pecador”. La oración del corazón es una tradición cristiana ortodoxa, que acompasa la breve petición al latido de nuestro corazón. No es que al Señor le haga falta que verbalicemos la oración, pero para nosotros es importante tener un elemento simbólico al que agarrarnos para que nuestra mente no se pierda en otras cosas. Cada latido nos acercamos al Señor, de rodillas y con la certeza que El puede sanarnos, si es Su voluntad.

El Señor no teme contagiarse de nosotros. No teme acercarse a un leproso de su tiempo, ni a cualquiera de los “rechazados” del momento actual. La misericordia de Dios fue tal que Dios mismo se “contagió” de la carne mortal para demostrar la dignidad del ser humano. Cuando Dios nos toca, somos nosotros quienes nos “contagiamos” de su Gracia. El Señor no tiene que cumplir las “leyes” humanas para que su misericordia llegue a nosotros. Sólo espera que nosotros nos acerquemos a Él y aceptemos su misericordia.

Muchos nos sentimos con frecuencia desanimados o desesperanzados. No ha nada malo en ello mientras tengamos confianza en el Señor. No es que la derrota sea culpa de nosotros, sino que la carga que llevamos sobre nuestros hombros excede nuestras fuerzas. El Señor no nos reprende ni se burla de nuestras incapacidades. No nos reprende como si fuésemos desobedientes por sentirnos derrotados. El Señor no nos acusa de ser seres llenos de límites. El extiende la mano y nos dice: "Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera" (Mateo 11,28-30) El Señor nos toca con sus dedos y nuestra lepra desaparece.


Después de ser sanado, Cristo solicita al leproso que se cumpla la ley que le permite ser considerado limpio. Es decir, Cristo no desprecia las normas que los humanos nos damos para ordenar nuestro mundo. Pero, además, solicita al leproso que no diga que ha sido El quien le ha curado. Siempre me ha parecido curiosa esta petición. Quizás esta petición conlleve una solicitud de humildad. No te vanaglories, ante los demás, de que Dios te ha tocado y has sido sanado. En todo caso, el testimonio debe ser dado a quien lo solicite de ti. Nunca te creas superior o elegido, por recibir la misericordia del Señor. Nunca la mereceremos por nosotros mismos, sino por la Voluntad expresa del Señor.

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