lunes, 11 de abril de 2011

Sacrificio

¿Quieres aplacar a Dios? Conoce lo que has de hacer contigo mismo para que Dios te sea propicio. Atiende a lo que dice el mismo salmo: Los sacrificios no te satisfacen: si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. Por tanto, ¿es que has de prescindir del sacrificio? ¿Significa esto que podrás aplacar a Dios sin ninguna oblación? ¿Que dice el salmo? Los sacrificios no te satisfacen: si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. Pero continúa y verás que dice: Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias. Dios rechaza los antiguos sacrificios, pero te enseña qué es lo que has de ofrecer. Nuestros padres ofrecían víctimas de sus rebaños, y éste era su sacrificio. Los sacrificios no te satisfacen, pero quieres otra clase de sacrificios.

Si te ofreciera un holocausto –dice–, no lo querrías. Si no quieres, pues, holocaustos, ¿vas a quedar sin sacrificios? De ningún modo. Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias. Éste es el sacrificio que has de ofrecer. No busques en el rebaño, no prepares navíos para navegar hasta las más lejanas tierras a buscar perfumes. Busca en tu corazón la ofrenda grata a Dios. El corazón es lo que hay que quebrantar. Y no temas perder el corazón al quebrantarlo, pues dice también el salmo: Oh Dios, crea en mí un corazón puro. Para que sea creado este corazón puro hay que quebrantar antes el impuro.

Sintamos disgusto de nosotros mismos cuando pecamos, ya que el pecado disgusta a Dios. Y, ya que no estamos libres de pecado, por lo menos asemejémonos a Dios en nuestro disgusto por lo que a él le disgusta. Así tu voluntad coincide en algo con la de Dios, en cuanto que te disgusta lo mismo que odia tu Hacedor (San Agustín. Sermón 19,2-3)

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Nos acercamos a la Pascua y todavía tenemos tiempo de reflexionar sobre el inmenso Misterio que se nos presenta por delante, una vez más, en la Semana Santa. Es el Misterio de la muerte y resurrección de Cristo.

Pero ¿Qué podemos hacer nosotros? Somos tan limitados, tan variables. Podemos hacer penitencia, que no solo mortificación y desprecio hacia nosotros mismos. Si entendiéramos de forma tan negativa la penitencia despreciaríamos el reflejo de Dios que habita en nosotros. Se trata de sacrificarnos. Es decir: sacrum facere… hacer sagradas nuestras actitudes. Unirnos a la voluntad de Dios por encima de nuestra volunta personal, como tan claramente nos indica San Agustín. “Así nuestra voluntad coincide con la de Dios” y así se cumple la plegaria del Padre Nuestro “Hágase tu voluntad así en la Tierra como en el Cielo”.

El sacrificio es penitencia con sentido, no solo penitencia basada en inflingirse dolor sin objetivo alguno. Debemos de orar, dar limosna y hacer penitencia en Cuaresma, pero todo ello con el sentido de unirnos a Dios cumpliendo su voluntad.

No es nuestro dolor lo que busca Dios sino nuestra capacidad de negarnos a nosotros mismos para seguirle y así realmente encontrar la dicha eterna. Dios nos ayude.

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